jueves, 9 de diciembre de 2010

De vuelta a los sueños

Hace un par de días tuve un sueño de nuevo. Quizá le presto tanta atención últimamente porque no suelo acordarme de lo que sueño, y este tratamiento contra el insomnio que me ha “largado” la médico de cabecera me está devolviendo también al reino de los sueños.

Este sueño también tiene algo de retorcidamente erótico, aunque no fue tan fructífero como el otro, quizá porque en este caso estaba mucho más dormida, quizá porque estaba acompañada.

Estoy en mi trabajo, el cual está situado en un planta de gestión de residuos de un polígono industrial, pero al mismo tiempo no es exactamente mi lugar de trabajo. Ya sabemos cómo son los sueños: todo es y no es al mismo tiempo, eso tienen de onírico.

Por la razón que sea, un académico va a venir a darnos una serie de conferencias, no me acuerdo bien de qué, pero no me parece recordar que tuviera mucho que ver con mi trabajo; cosa de los sueños, también.

Lo que sé es que, de repente, paso de andar entre cisternas de disolventes, hablando con algunos compañeros vestidos con la faena propia del lugar, a una farmacia, en la que me encuentro a un caballero, cuando menos perturbador, que ejerce cierto atractivo sobre mi, pero del que al mismo tiempo mi instinto hace saltar todas las alarmas. Allí aparece mi prima la psicóloga, que tiene un intercambio de pareceres bastante tenso y desagradable con el interfecto, hecho que hace que, aunque sé que mi prima la psicóloga tiende a los extremos y la exageración, al menos tome en consideración sus palabras, y las retenga en mi pensamiento.

En otro corte (esto es como un película sin solución de continuidad), el caballero está dándonos clase, formándonos en algo relacionado con la asertividad o alguna otra particularidad útil para los trabajadores, y noto que se fija en mí. De nuevo surge la ambivalencia entre el halago al ego femenino y mi instinto. Al final de la sesión de formación, el caballero se acerca y amablemente me invita a cenar, invitación que yo declino, también muy amablemente.

Y ahí empieza el acoso; algo muy sutil, ese tipo de cosas que no sabes si serán verdad o tu cerebro te juega malas pasadas, eso indefinido que no sabes si los demás creerían al convertirlo en palabras, todo ello envuelto en un halo de seducción inquietante.

Paso a una escena en la que me han robado el coche, y no sé por qué sé que él ha tenido algo que ver, así que declino su invitación y prefiero ir a mi casa andando. Como los sueños, sueños son, de repente ya no estoy en un polígono sino en la ciudad, y paseando, llama mi curiosidad una joyería. Entro en la misma y me entretengo probando anillos, hasta que encuentro uno verdaderamente precioso, cuyo precio disuade a cualquier mileurista como yo de su adquisición. Así que, deseando ser adinerada al menos un cuarto de hora, abandono el anillo en su lugar y me voy a casa.

Saltamos al día siguiente, en el que me encuentro sobre mi mesa del aula de formación (porque el curso sigue, y las miraditas también, y los compañeros pensando que ahí hay "tema", aunque yo lo niegue,…) un paquete primorosamente envuelto, cuyo contenido es nada menos que el prohibitivo anillo, con una tarjeta que reza: “Amor, por favor. J.C”. Y ahí es cuando me cabreo de verdad. Es, digamos el punto de inflexión que me indica que no es ninguna broma ni una ilusión engañosa. Que es un juego peligroso y ciego.

En cuanto salgo del curso (antes de que acabe, por razones obvias), voy a la joyería, recabo información sobre quién lo ha comprado, obteniendo sólo un número de tarjeta, el Banco al que pertenece, y una descripción que se ajusta bastante al individuo en cuestión; así que, al día siguiente a primera hora, me persono en el banco y me invento una historia para conseguir un justificante de la compra del anillo que todavía obra en mi poder.

Ese mismo día, en plena clase le interrumpo, le devuelvo el anillo, del cual él dice desconocer su procedencia. Ante esa reacción, que ya esperaba (te lo imaginas,..), muestro a todo el auditorio los justificantes de la tarjeta de crédito, desenmascarándolo públicamente, le hecho en cara el tema del coche, el haberme seguido hasta la joyería, las insinuaciones, las veladas presiones - en franca ventaja con respecto a un tipo que acabe de mentirle descaradamente a 68 asistentes -, y le amenazo con las consecuencias.

De un salto, me encuentro en un escenario en el que mi coche ha vuelto, la formación ha acabado, y no sé ni sabré nada más de él.

Estoy a la espera de recibir el libro que me ha recomendado Susana, aunque no sé con qué diosa me podría identificar: ¿con la vengadora?, ¿con la desconfiada?...

¿Seré Maat,
o Némesis?