jueves, 15 de abril de 2010

El pasado

A menudo pienso en el pasado. Cuando mis progenitores inician la "oda a la niña centelluda", yo me retrotraigo a mi infancia y adolescencia, y lo que me invade es la tristeza de saber que, a pesar de la felicidad y la inocencia, desde bien pequeña sentí la soledad y la diferencia.

Yo era de esas niñas que con 5 años sostenía conversaciones serias con adultos, de tal modo que siempre pensaban que estaban ante una niña pequeñita de 8 o 9 años, y se sorprendían cuando se me ocurría alguna idea peregrina, propia de mi edad real. Esas niñas no suelen tener muchos amigos. A veces ninguno. Suerte que tu cabecita está repleta de cosas, que te encanta leer y bebes cada libro que cae en tus manos, que tus padres son unos buenos interlocutores y, además, te han hecho el carné de la biblioteca municipal.

Las cosas no mejoraron cuando cumplí 10, y yo paulatinamente me iba dando cuenta de esas diferencias. Me aburrían soberanamente las conversaciones de mis compañeras, los chicos me parecía bastante insustanciales, carentes de interés (muchos me lo siguen pareciendo hoy en dia),...pero me dolía la distancia, la diferencia, la segregación. A esas edades todo es blanco o negro, si no encajas, estás fuera. No tenía amigas. Prefería hablar con los profesores. Ahí comenzó el deporte de meterse con la rara, escribiendo mensajes en la pizarra (en todas ellas, ya que yo fui "conejillo de indias" de la logse, en un llamado método experimental en el que te cambiabas de clase para dar las distintas asignaturas; ojalá la logse hubiera sido eso, porque académicamente fue la pera): los lunes, miércoles y viernes tocaba escribir que yo era tortillera/lesbiana/invertida; los martes y jueves, que era puta y trabajaba en el club "La Reja".

Hace unos años le conté esto a mis padres en una conversación normal a la hora de comer (en mi casa, a la hora de comer se habla, jamás se pone la televisión), y los pobres se quedaron como si les hubiera cruzado la cara a golpes: ¡cómo no nos lo dijiste!, ¡cómo pasaste eso sola!...pobres, les pareció tremendo.




Supongo que eran coletazos de eso que ahora dan en llamar "bulling", es decir, acoso escolar; a mi no me afectó significativamente, ya estaba acostumbrada a ser objeto de atención indeseada porque mi comportamiento y pensamientos no iban en consonancia con los de mis compañeras, y no sé cómo, aquellas frases no tenían importancia, me causaban risa,...y esa fue la clave de que me dejaran en paz. Yo entonces ya sabía lo que era y lo que no, y que debía sentirme orgullosa, con todos mis defectos y complejos. Lo que no sabía era cómo ser yo y además estar en sociedad (las niñas de 9 años no son muy flexibles, ni ellas ni yo,...los matices pasan desapercibidos).

En el instituto, los primeros años, me encerré en un concha; supongo que renuncié a la interacción, asumí que la lucha estaba perdida, y prefería no traicionarme a mi misma por relaciones inestables y ficticias (o eso me parecía a mi), y la mayor parte del tiempo me ignoraban. Algún intento aislado de humillación por no usar ropa de marca hubo, pero yo no lo sufrí como tal, no entendía el sentido último de la humillación (quiero decir que, para mi, llevar ropa de la feria/mercadillo no era algo de lo que tuviera que avergonzarme), no reaccioné como esperaban, y buscaron otra presa.

Reitero que no sufrí. Ni fumé, ni bebí en exceso,...porque no me salió del gorro, esa fué mi reafirmación adolescente (sigo en las mismas). Tampoco disfruté. Tener sólo relaciones familiares era limitante.

Considero que, a fuer de mi propia personalidad, fueron mis pobres padres, los que mucho se lamentaban durante esa comida esclarecedora hace tres años, los que me dieron las herramientas para no sufrir en las interacciones de acoso: una conciencia de clase grande como un mundo, y un amor grande como el universo.

Mis peculiaridades, que no ayudaron en esas etapas de mi vida, fueron la clave del éxito (mi éxito, la piedra de toque) en la universidad; en un sitio pequeño como en el que yo crecí, no caben las diferencias, pero en un campus universitario, ¡vive Dios que sí!. Hay tanto donde elegir, y tan buena disposición a la interacción social, que encontrar afines es posible. Aún así, tuve que aprender a ser más sociable, a iniciar las interacciones (si no hablas, no te hablan, lección que comencé a aprender en COU), a portame bien sabiendo que muchos no lo agradecen y a algunos les molesta (si tu quieres ser un capullo, es tu problema, no el mio), a aprender de las traiciones y también de las lealtades, a valorar más mis diferencias. Hubo quien, por lo visto, no quería irse a vivir conmigo porque "comía despacio" (tal cual, argumento incontestable, ¿eh?), en fin, que excusas más estúpidas para decir "no te pareces a mí, no te quiero conmigo". ¿Cómo te va a doler algo así?, te meas de la risa, es como para.

Sigo siendo así, teniendo siempre mis ideas acerca de las cosas, de lo que está bien o mal, de lo que se debe hacer o no, pero forma parte de mi persona, no es artificio. Quizá por eso a veces la gente se sorprende conmigo, porque aparentemente soy convencional, porque con algunas convenciones estoy de acuerdo, y a la gente le resulta más fácil ponerte etiquetas...pena que justo cuando me acaban de colgar la de "normal", me salga por ·"peteneras".

Es distinto creer que eres diferente a tu pesar, y que eso es lo que tienes que proteger y defender, a pensar que eso es lo que te hace valioso para la gente que te importa, y para ti mismo.

Y el ser la rara, la desplazada, me ha ayudado a aprender a interaccionar en ambientes hostiles, y a que mis numerosos cambios de residencia no hayan constituido un trauma. Hay gente socialmente hábil e integrada en su entorno, con muchos amigos,...que se vuelven nadie al sacarlos de su entorno, no lo resisten y se vuelven a su red de seguridad.

Así que, con mis complejos y virtudes, y aunque me leo mucho la cartilla, estoy orgullosa.

Las experiencias en la vida, las decisiones que se toman, en muchos casos, no son  totalmente acertadas o equivocadas, son llaves que abren unas puertas y cierran otras. Y tenemos el derecho y el deber de vivirlas. Apartar a lo hijos constantemente del sufrimiento es un instinto legítimo pero equivocado; y creer que se está en posición de la verdad, el peor error.

¿La mejor lección?, he tardado muchos años en aprenderla correctamente, pero siempre ha sido la misma: sé fiel a ti mismo.

martes, 13 de abril de 2010

Punto G

Ayer, aprovechando mi soltería provisional, prové a localizar mi punto G, con un aparatito que acompañaba a la revista Sensuality, parece ser que diseñado a tal efecto. Para acompañar la expedición escogí  una película porno francesa, de estas con un cierto argumento, en la que no se limitan a 50 minutos de primeros planos y música bacaladera, que personalmente me matan.

Desafortunadamente, no he encontrado ningún punto G que se precie, así que extraigo las siguientes conclusiones del experimento:

- no tengo punto G (posible y probable).

- no usé bien el aparatito (posible pero improbable, pues el aparato no deja mucho espacio a la imaginación).

- el aparatito no era del material adecuado (el "merchandaising" no suele ser de materiales muy buenos, así que este era de plástico del normalillo).

- no estaba lo suficientemente excitada (desconozco si esto afecta al experimento, digo yo que si lo hubiera encontrado, ello hubiera contribuido a la excitación, ¿no?).


No se me ocurre ninguna más, y no sé con cuál quedarme....a saber. En la práctica, estoy como la protagonista de este entre fatídico y patético vídeo.

http://www.youtube.com/watch?v=TR8td1wqBok